dimecres, 10 de juliol del 2013

Bárcenas Versalles

Buena parte de las democracias europeas están en manos de aparatocracias. Corporaciones que gestionan la representatividad popular a partir de estructuras férreamente jerárquicas apenas maquilladas de democracia. El pegamento, el nexo, es la distribución de cargos públicos sorprendentemente bien remunerados y que termina redundando en un corpus social disciplinado, piramidal, obediente y, por descontado, no ya acrítico, sino directamente cortesano. Para entendernos, las sedes centrales funcionan como el Versalles del siglo XVII, como siempre; antecámaras sombrías desde las que tomar al asalto al secretario del secretario, pasillos, vicecancillerías y ritos internos que permiten la intimidad con el caballero de boca que peina al valido real. Llegado, el momento este murmurará en la oreja adecuada el nombre adecuado. El valido, calmo y mayestático, apuntará el nombre en su lista mental. "Lo tendré presente, gracias". Igual que Versalles. Los bailes de máscaras se han convertido en partidos de padel; las cacerías, en asistencias a cursillos de verano, donde el premio es, llegada la hora del rancho, sentarse en la misma mesa que el caballero conseguidor, intercambiar chistes y tarjetas, manifestar la inquebrantable lealtad y una pureza de sangre ideológica sin mácula. "Muerte a los enemigos internos, con el líder siempre". Cabezazos de asentamiento, amistosos golpes en en el antebrazo. Allá por abril, cuando empiecen a moverse las candidaturas llamaremos al conseguidor. "Te agradecería mucho que me tocases al secretario general de mi provincia. Le están presionando desde la Autonómica, estos tíos nunca tienen bastante".

El conseguidor llamará al secretario general, pondrá de manifiesto que la cúpula está con fulano, "aunque naturalmente, respetamos totalmente tu jurisdicción, solo te lo digo porque al valido le gustaría que... y a nadie se le oculta que en Versalles estamos intranquilos ante el auge de los autonómicos. Ya sabes, hay que mantener el equilibrio. Es una pura cuestión de control de la retaguardia, no sé si me he explicado bien. Por cierto, te llamaba para saber cuánto dinero extra necesitas para la campaña".

Es para lo que sirve Versalles, para controlar el aparato desde un nodo central. Pero todo esto es caro.

Para pagarlo, los españoles inventaron la comisión sobre la adjudicación de las obras. Ya hace mucho, Felipe González suprimió el caracter vinculante de los informes de intervención, de manera que, en la práctica todos los concursos de adjudicación se ventilan en comisiones con nutrida representación política. No siempre tienen la mayoría en tales comisiones, pero sí llevan la voz cantante. Un día el conseguidor llamará al candidato, le dirá que la competencia va fuerte en Logroño, que necesitan reforzar el marketing, y si sabe de alguna empresa "amiga" que pueda aportar fondos a la causa. "Te lo agradecería un montón. Ya sabes que eres mi amiguito querido".

Y a partir de aquí el candidato, allá donde sus terminales de poder local alcanzan, defenderá a las dos o tres empresas con las que ha hablado de esto y han pasado por taquilla. No siempre se puede, pero muchas veces sí. En la comisión de adjudicación, el enchufado, el peón o "terminal local" abogará por la empresa amiga. Obligará al secretario funcionaral a considerar "baja temeraria" las propuestas más baratas. Previamente, habrá efectuado una labor de zapa, trasladando a la empresa amiga lo que se considera un "precio ajustado". No hay problema, la empresa amiga, llegado el momento, forzará una ampliación presupuestaria con un modificado del proyecto. "¿Quién iba a suponer la existencia de un río subterráneo?... Es que fue verdadera mala suerte. Dos metros más y no nos hubiera afectado". Nuestro candidato se ocupará de concertar las entrevistas necesarias para que el empresario persuada al político local de lo justo de la ampliación presupuestaria. "Es mejor para todos". Y así hasta hoy.

Obviamente, estas dinámicas exigen un sistema de tesorería opaco. Versalles cobra en metálico. Los sobresueldos se libran en fajos en concepto de gastos de representación a razón de 14 entregas año. Pero alguien no es feliz. Los movimientos internos le han alejado de las ceremonias en las que verdaderamente se cuece el poder. Su prebenda en aquella extraña provincia en la que nació su abuela se debilita, ya le han dicho que el año que viene no repetirá. Pero el conseguidor lo veía venir. Sabe que Versalles es ingrato, hoy estás mañana no. Y hombre previsor, ha tenido la sagacidad de sisar de los sobres, ¿acaso ese dinero no lo ha conseguido él y solo él con sobremesas y más sobremesas? ¿Debe resignarse a que otros se aprovechen de lo que él recauda? ¡Jamás! Se asocia con respetables abogados, hombres de mundo, de probada solvencia en la construcción de itinerarios de pagos trasnacionales. Pasan los años, sus cuentas en Suiza alcanzan las 8 cifras.

Se suceden los escándalos. Caso Palau, ERES, Gurtel, Bárcenas, Caso Casinos, Pretoria, Palma Arena... En Versalles, cuando les preguntan, se encogen de hombros. ¿Qué pueden hacer? A estas altura el majzem, la inmensa cebolla de intereses, invade capas y más capas de la vida cortesana. En realidad ¿hay alguna capa que no se haya lucrado del sistema? Saben que se van al hoyo. Saben que el sistema precisa un reset. ¿Pero entonces? ¿Qué pasa con ellos? Solo los más listos se han dado cuenta de que un enorme iceberg se interpone en la ruta del Titanic. Miran con preocupación los botes salvavidas. No habrá espacio para todos. En Cataluña, listos donde los haya, han ideado ya una enorme operación de evacuación llamada independencia. Las cosas deben cambiar para que todo siga igual.